Estos amigos son un tanto peculiares. Se trata de dos hermanos (uno de ellos fue compañero mío en la facultad) que viven en un caserón del siglo XVII rodeados de libros. Pasan su vida leyendo, escribiendo novelas y haciendo comics, y lo más curioso de todo, no tienen ni han tenido nunca un ordenador. Se trata de unos tipos que tienen ese toque de excentricidad justo para ser unos genios, y siempre que puedo me marcho de retiro espiritual a su casa, a pasar unos días de relax total.
Esta vez, llevé allí mi MacBook para aprovechar las horas muertas y dejar un poco organizados unos asuntos del trabajo. Y aprovechando que ellos no conocen los videojuegos actuales ni saben el salto tecnológico que han dado con los años, pues tiré del DOSBox para enseñarles unos cuantos clásicos que sabía seguro les iban a entusiasmar.
Hicimos un recorrido rápido por unos cuantos juegos de finales de los 80 y principios de los 90, y reservé para el final el juego que sabía les engancharía sobremanera: La Diosa de Cozumel, del grupo español Aventuras AD. Conociéndoles, sabía que a la fuerza una aventura conversacional tendría que captar su atención. Una vez que hicimos un par de partidas rápidas (en las que no sobrevivimos más de cinco minutos), les comenté cómo jugaba yo de niño a estos juegos: pintando en un papel un mapa del juego, estancia por estancia, con sus salidas y objetos marcados en cada lugar. Así que cogimos papel y lápiz, y uno de los hermanos empezó a dibujar. Volvíamos continuamente sobre nuestros pasos para ir descubriendo áreas que habían quedado atrás, y cada vez que quedábamos estancados dejábamos el ordenador unos minutos para centrarnos en el mapa y discutir qué deberíamos intentar a continuación.
Cuando empezamos a jugar, debían de ser algo menos de las 9 de la noche. Cuando terminamos, daban más de las 2 y media de la madrugada. No llegamos al final del juego, pero nos quedamos a muy poco. Y a mí me sirvió para darme cuenta de lo que echaba de menos aquella manera de jugar al ordenador. Y es que hoy día, los juegos están hechos para que sean disfrutados de una manera similar a la televisión: para desconectar el cerebro un rato y meterle cosas fácilmente digeribles. Pero no hay nada comparado con aquellos tiempos en los que llevaba al colegio aquellos mapas que me iba haciendo, y analizaba con la hoja bajo el cuaderno de apuntes lo que iba a ser la jugada de la tarde, sentado frente al Spectrum con el bocadillo en la mano.
Y ahora que me ha picado el gusanillo, creo que me bajaré unos floppies para Amiga con toda la trilogía de Ci-U-Than y echaré unas horas a jugarlos (en su día sólo jugué al primero). Bien que lo merecen.
